{El Salmón: Cuento - Si dijera algo, como lo diría Borges, no sería esto}
Sebas
sale caminando, lo pasos cortos, como contándolos; unodostrees. Mira hacia
adelante, erguido, intenta no tambalearse, no mostrar indicio alguno a
cualquiera que pase a su lado, del día entero que llevaba llenando de alcohol
su cuerpo. Saca un cigarrillo de su bolsillo, se lo lleva a la boca y, después
de una dura pelea con los fósforos y su propio cuerpo tambaleante, logra
encenderlo. Da una fuerte pitada y
sigue su camino. Lleva la mochila en el hombro derecho, jeans, un polo blanco y
sus zapatillas rojas de mierda. Pasa la Av. Independencia, y camina directo por
la calle Paucarpata, directo hacia la Plaza de Armas. En el camino esquiva como
puede a las personas que van pasando a su lado. La mirada borrosa, los ojos
rojos, el rostro destrozado, producto del pisco barato comprado donde la tía
Petra, la vieja de las piedras y de la bebida de a tres soles la semana.
Pasa
la Goyeneche, luego Corbacho, tranquilo, no vaya a ser que se encuentre con
algún viejo amigo no deseado. Mira a todas las chicas que pasan a su lado,
todas con el mismo rostro, los mismos ojos, la misma sonrisa, y el mismo pelo,
todas iguales, todas son ella y ella es todas. Se detiene en la plazuela de
Pizarro, antes de pasar a Mercaderes. Se sienta en alguna banca y reposa un momento.
Saca otro cigarrillo y otra vez la pelea con los fósforos jijunas grandísimas.
Descansa un rato los ojos, los cierra, una mano en el bolsillo, y la derecha
con el cigarrillo en la mano, fumando de rato en rato. En intervalos de
pequeños sueños la sigue viendo, y despierta abruptamente, y luego lo mismo, la
mira e intenta tocarla, palparla. Se esfuerza por no dormirse, por no cerrar
más los ojos, pero ya no puede, tanto esfuerzo, tantos tragos de pisco de a quince
y nada, lo mismo.
Se
levanta de nuevo, levanta los brazos, se despereza, estira las piernas y sigue
su camino. El alcohol pasa rápido, que buenos tiempos estos. Su cuerpo asimila rápido
y lo desecha. Igual el objetivo principal fue un fracaso.
Después
de tanto tiempo sin pensar en otra cosa más que qué hacer con su vida, de
buscar la manera de ser lo que siempre ha querido ser, de lograr ingresar de
nuevo a la universidad, después de tanto de no pensar en el amor, llega, así de
pronto, sin avisar. Pero como siempre, lento, tonto, estúpido, Sebastián camina
lento ahora, ya los efectos del alcohol se van yendo. Igual su mirada denota melancolía
y unas ganas duras, grandísimas, de, a pesar de todo lo que está sucediendo, correr
a su casa y decirle, definitivamente, que la ama, y que no piensa dejar las
cosas como así. Pero sabe que no tiene el valor.
Entonces
piensa en el pasado, en el los viejos tiempos, cuando el último verdadero amor.
¿Cuánto tiempo ya? Uno, dos, tres años, parece como ayer. Cuando la conoció,
cuando la besó por primera vez, ya no recuerda donde, cuando la tomaba de la
mano y le decía cosas tontas al oído, cuando le escribía poemitas y se los daba
de vez en cuando. Entonces si era menos tonto que ahora, entonces quizás más. Y
recuerda lo que le decía sobre la vida, sobre sus sentimientos, y lo que él a
ella, entonces era más inmaduro, pero la amaba. No reniegues, no me mires así, mírame,
háblame, escúchame. ¿Por qué siempre con la mirada perdida, en que piensas?,
eres autodestructivo, no me gusta que pienses así de ti. Aprendió tanto, pero lo
que no, nada de nada, lo último. Sigue con esa tendencia a autodestruirse, y no
puede evitarlo. Que el amor esto y lo otro, que bueno que se le va hacer, que
no es época, que siempre tienes que disculparte, que debes estar solo, que es
mejor estar solo, que todos deberían estar solos, así nadie se haría daño a
nadie, así todos, de alguna manera serían felices. Pero sabe que no puede ser
así.
Entonces
es cuando hay que verse a sí mismo. ¿Cuál es su error, el recurrente? Su
maldita manía de pensar que las cosas son como son porque sí, porque, a pesar
de lo que haga o intente hacer, el destino ya está escrito y no tiene nada más
que hacer que esperar. Que las ideas de que hay algo perfecto allí. Que el
tiempo, que la soledad, que la felicidad, que el amor. Y es cuando se
arrepiente de toda la mierda que es ahora su vida, de lo mucho que pudo hacer
de haber sido diferente a lo que quiso y no dejó de ser nunca. Y vuelve la
maldita mierda, de bueno, que se la va a hacer, así es él y así el mundo
alrededor. Y está cansado de tener que caerle bien a medio mundo, y menos a la
persona que le interesa; de no poder decirle nada cuando debe ni cuando quiere,
de ser el maldito idiota que lee poemitas de mierda que le vienen a la mente a
veces, como el de el papel que no se escribe solo o el frio, o el amor que de difumina en un frasco
lleno de cera que cae de unas velas que no queman y que tienen un fuego azul, y
que al final de todo parece tener solo sentido para él. Y está cansado de escuchar
esas canciones que poco a poco, en todo el tiempo que va viviendo, le han
convertido en un maldito esperpento para el amor.
Es
entonces que llega a su casa, sin saber cómo, pero ya qué más da, se echa en su
cama y duerme hasta el siguiente día a las cinco de la mañana, cuando termina
de nuevo por milequiensabeque vez de soñar con ella.
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