{El autor del millón de 'e-books'}
John Locke tardó 11 días en teclear su última novela, Maybe.Como
es habitual, no se sentó frente al ordenador de su despacho hasta que
hubo completado en su cabeza un mapa con 10 "escenas pivote"; de esta
manera suele esquivar el "bloqueo del escritor". Luego voló sobre el
teclado, centrándose en lo relevante de la trama, confundiendo quizá el
nombre de algún personaje y el orden de los capítulos, pues escribe de
forma no lineal, y anotando "descripción, descripción" donde
corresponde, dejando huecos en blanco que repensará en algún momento
muerto, "en la ducha", por ejemplo.
Cuando hubo terminado el bruto, lo imprimió y lo leyó, tachando un
5%, para eliminar la grasa sobrante y dotar a la novela de ese aroma a
Locke, "con más punch, mitad cohete espacial, mitad montaña
rusa", en sus palabras. Se la dio a leer a un par de personas de
confianza; y con la ayuda de la editorial indie Telemachus Press dio con una portada sugerente, en línea con el toque pulp de las anteriores: piernas de mujer, esta vez con medias de encaje.
En resumen, Locke comenzó a escribir después de Acción de Gracias y Maybe estuvo lista antes de Navidad. Entonces, el autor cargó los archivos en Amazon.com, el mayor portal de venta online del mundo, y un par de semanas después, la novela entraba en el top 100 de los e-books
de ficción más descargados. Nada de lo que alardear, pues no era ni de
lejos la mejor marca lograda con una de sus novelas protagonizadas por
Donovan Creed: en 2011, el autor había logrado colar en el top 10
cuatro libros sobre este exagente de la CIA, matón a sueldo de una
oscura agencia estadounidense. Pero esta vez lograba el registro en el
instante en que sorbía un bourbon de 20 años, Pappy Van
Winkle's, su favorito y el de Creed, y respondía, acodado en la barra de
su mansión de tres millones de dólares, a las últimas preguntas
desconfiadas de El País Semanal.
Porque la anterior es solo su versión de los hechos.
O mejor, la versión que dio la persona que dijo llamarse John Locke y
ejerció de anfitrión durante nuestra visita a la ciudad de Louisville
(Kentucky), adonde habíamos sido invitados para entrevistar a un
escritor superventas, un fenómeno de la era digital, convertido, en poco
más de un año, en el primer autor autoeditado que superaba el millón de
libros electrónicos vendidos en Amazon.com sin el apoyo de ninguna
editorial; un club selecto inaugurado por Stieg Larsson (Los hombres que no amaban a las mujeres) y al que acababa de incorporarse Stephanie Meyer (Crepúsculo),
dos hitos que daban cuenta de la magnitud del asunto. Pero, entonces,
¿quién demonios era John Locke? ¿De dónde había salido? ¿Y cómo era
posible que apenas se le conociera?
La ausencia de mercado en España podría ser parte de la explicación.
Pero había más motivos para la sospecha. Una búsqueda rápida en Internet
devolvía de forma exasperante una única imagen del autor, la de un
hombre de unos 60 años, calvo, con mirada dura y cazadora negra. Estaba
su blog oficial, su cuenta de Twitter, su perfil en Amazon, una breve
entrada en Wikipedia. Aparecían también las carátulas sensuales de sus
libros, pero la mayoría de los resultados desviaban la pista hacia el
filósofo y el personaje de la serie Perdidos homónimos. Entre
cientos de enlaces podían hallarse dos o tres entrevistas formales. Pero
estas añadían confusión sobre su identidad, pues habían sido publicadas
en blogs desconocidos y no en grandes medios, como cabría esperar. Una
de ellas, firmada por el escritor Joe Konrath, fue realizada, según el
autor, "en los Alpes suizos, en un refugio secreto de autores
superventas, donde calentamos nuestros jacuzzis quemando fajos de billetes de 100 dólares".
La falta de rigor en torno a la figura del "primer gran best seller
de la era digital", como lo apodó la directora de comunicación de
Ediciones B, lo hacía esfumarse al modo en que lo haría un personaje de
sus novelas. De hecho, nadie en la casa editorial con la que tenía
previsto el lanzamiento de Gente letal, la primera de la saga
de Donovan Creed, había tratado con el autor en persona, ni siquiera por
teléfono. Estaban a punto de publicar sus libros, en papel y en versión
digital. Pero Marta Rossich, la editora que dio con Locke, dijo haberlo
conocido a través de Twitter y conversado con él exclusivamente por e-mail. Así que su historia podía ser cierta. O un montaje bien orquestado, al estilo del documental Exit through the gift shop
sobre el artista enmascarado Banksy. Quizá fuera un escritor inventado
por varios escritores. ¿Cómo, si no, era posible que hubiera publicado
14 libros en menos de tres años; nueve en 2011?
O quizá se tratara de una pantomima creada para
cuestionar el papel de las grandes editoriales. Muchas se habían
mostrado reticentes a bañarse en aguas digitales, un medio hostil en el
que veían menguar cuota de mercado y margen de beneficio. Querían
mantener el precio de sus libros en lo alto. John Locke, en cambio,
había cimentado su éxito en Internet sobre una estrategia agresiva:
novelas por 0,99 dólares (él se queda el 35%), a precio de compra
compulsiva. Las de Larsson, por ejemplo, se venden 10 veces más caras.
Curiosamente, esto parecía ser lo único que había atraído a la prensa
tradicional. Su nombre y sus declaraciones figuraban en un puñado de
artículos concisos en cabeceras estadounidenses de referencia. Pero
nunca, según nos confesó Locke, se había enfrentado a un periodista cara
a cara.
Nuestro primer encuentro transcurrió en un restaurante situado en el
piso 16º de uno de los edificios más modernos de Louisville. Poco antes,
una limusina había acudido al aeropuerto a recoger al periodista. La
luz del comedor era tenue. Su rostro y su vestimenta le conferían un
aire a Tony Soprano (sus amigos, dijo, suelen llamarle así). Había
encargado un vino de 2007, y su mujer, Annie, una despampanante
profesora de aerobic de alto impacto, brillaba como un fósforo
recién prendido. Ante los embates sobre su identidad, Locke soltó una
carcajada. Refulgieron el diamante en su anular y las escamas de oro de
un reloj Piaget.
Achacó su ausencia en los medios a un "conflicto de intereses":
muchas de las editoriales comparten accionariado con los diarios y
canales más influyentes. También dijo que no leyó a tiempo un e-mail del USA Today,
el periódico de mayor tirada del país, pidiendo una entrevista con él
(le cogió escribiendo de forma compulsiva). Y contó una anécdota: en
abril de 2011, cuando su presencia entre los autores superventas era ya
escandalosa, un periodista de The Wall Street Journal contactó
con él. Lo entrevistó, pero, al poco, volvió a llamarle y se disculpó.
Su editor jefe, dijo, no se tragaba la historia. ¿Cómo iba a haber
vendido 369.000 ejemplares solo en marzo, más de 12.000 al día, ocho
libros cada minuto? Locke le pasó su nombre de usuario y su contraseña
en Amazon, para que pudiera comprobar los datos. La historia salió
publicada bajo el título El desafío de los e-books baratos: títulos a 99 céntimos de autores desconocidos añaden presión sobre las grandes editoriales.
Puede que el diario económico también apoyase el montaje, pero aquello
era ir demasiado lejos. Y en el fondo, ¿qué más daba? Los libros
existían, se vendían en Amazon y otras casas de venta online, eso eran hechos. En cuanto a la identidad..., ¿acaso importa en la era digital?
Así que, durante los días siguientes, Locke fue narrando su vida, la
de un exitoso vendedor de seguros, padre de cinco hijos en tres
matrimonios, hombre de negocios que siempre contaba historias, pero no
comenzó a escribirlas hasta hace tres años, a los 58, cuando el corazón
le dio un susto a causa del estrés; trabajador infatigable -duerme tres
horas diarias-, nacido en Puerto Rico, hijo de un militar canadiense y
de una profesora de lectura que engatusó a su hijo leyéndole cuentos
cada noche; se matriculó en filología inglesa y leyó "todos los
clásicos" . Pero no acabó sus estudios y comenzó a vender seguros puerta
a puerta. Llegó a Louisville, donde fundó su primera empresa; en un año
fue valorada en un millón de dólares, gracias a cierta "fórmula
universal" para vender seguros que transmitía a sus empleados, a quienes
llamaba OOU (one of us, uno de los nuestros) cuando interiorizaban sus principios. A sus fans los llama igual, OOUS; tiene 28.000 seguidores en Twitter.
Antes que novelista fue autor de de manuales sobre
técnicas de venta. Luego llegó la operación a corazón abierto, y la idea
de escribir ficción para relajarse. Como era dueño de una docena de
pequeños centros comerciales las rentas no le preocupaban. Redujo su
empresa de 35 empleados a uno: su secretaria, ahora entregada a la
edición de sus libros; y comenzó a trazar las "escenas pivote" de su
primera novela. La protagonizaba un tipo duro llamado Donovan Creed,
dotado de un lado humano irresistible para muchas mujeres (el 70% de sus
lectores lo son, según Locke). La tiró a la basura y empezó la
siguiente, Gente letal, que autoeditó en papel, sin éxito, en julio de 2009. Le ocurrió igual con Lethal experiment, y Saving Rachel,
escrita en 14 días. En marzo de 2010 las puso a la venta en formato
digital a 0,99 dólares e inició nuevas sagas, ampliando mercado. En
2011, sus cifras de ventas se volvieron astronómicas. Saving Rachel alcanzó el número 1 y llegó a tener seis títulos simultáneos en el top 100 de Amazon. Ha vendido 1.720.000 copias digitales de sus 14 libros. El último, Maybe, novena entrega de Creed, ascendía al top 58 de los e-books de ficción más vendidos al escribirse estas líneas. Había escalado más de 40 puestos en siete días.
'Gente letal' (Ediciones B), de John Locke, se ha editado esta semana en España, en formato papel y electrónico.
0 comentarios:
Publicar un comentario