{José Hernandez: Martin Fierro - Cap.IX}



IX - Matreriando.
La lucha con la partida.



242

matreriando lo pasaba

ya a las casas no venía;

solía arrimarme de día,

mas, lo mesmos que el carancho,

siempre estaba sobre el rancho

espiando a la polecía.



243

Viva el gaucho que ande mal,

como zorro perseguido,

hasta que al menor descuido

se lo atarasquen los perros,

pues nunca le falta un yerro

al hombre más alvertido.



244

Y en esa hora de la tarde

en que tuito se adormece,

que el mundo dentrar parece

a vivir en pura calma,

con las tristezas del alma

al pajonal enderiece.



245

Bala el tierno corderito

al lao de la blanca oveja,

y a la vaca que se aleja

llama el ternero amarrao;

pero el gaucho desgraciao

no tiene a quien dar su oveja.



246

Ansí es que al venir la noche

iba a buscar mi guarida,

pues ande el tigre se anida

también el hombre lo pasa,

y no quería que en las casas

me rodiara la partida.



247

Pues aun cuando vengan ellos

cumpliendo con su deberes,

yo tengo otros pareceres,

y en esa conduta vivo:

que no debe un gaucho altivo

peliar entre las mujeres.



248

Y al campo me iba solito,

más matrero que el venao,

como perro abandonao

a buscar una tapera,

o en alguna vizcachera

pasar la noche tirao.



249

Sin punto ni rumbo fijo

en aquella inmensidá,

entre tanta escuridá

anda el gaucho como duende;

allí jamás lo sorpriende

dormido, la autoridá.



250

Su esperanza es el coraje,

su guardia es la precaución,

su pingo es la salvación,

y pasa uno en su desvelo,

sin más amparo que el cielo

ni otro amigo que el facón.



251

Ansí me hallaba una noche

contemplando las estrellas,

que le parecen más bellas

cuanto uno es más desgraciao,

y que Dios las haiga criao

para consolarse en ellas.



252

Les tiene el hombre cariño

y siempre con alegría

ve salir las tres marías;

que si llueve, cuanto escampa,

las estrellas son la guía

que el gaucho tiene en la pampa.



253

Aquí no valen dotores,

sólo vale la esperiencia;

aquí verían su inocencia

ésos que todo lo saben,

porque esto tiene otra llave

y el gaucho tiene su cencia.



254

Es triste en medio del campo

pasarse noches enteras

contemplando en sus carreras

las estrellas que Dios cría,

sin tener más compañía

que su delito y las fieras.



255

Me encontraba como digo,

en aquella soledá,

entre tanta escuridá,

echando al viento mis quejas,

cuando el grito del chajá

me hizo parar las orejas.



256

Como lumbriz me pegué

al suelo para escuchar;

pronto sentí retumbar

las pisadas de los fletes,

y que eran muchos jinetes

conocí sin vacilar.



257

Cuando el hombre está en peligro

no debe tener confianza;

ansí tendido de panza

puse toda mi atención

y ya escuché sin tardanza

como el ruido de un latón.



258

Se venían tan calladitos

que yo me puse en cuidao;

tal vez me hubieran bombiao

y ya me venían a buscar;

mas no quise disparar,

que eso es de gaucho morao.



259

Al punto me santigüé

y eché de giñebra un taco;

lo mesmito que el mataco

me arroyé con el porrón;

si han de darme pa tabaco,

dije, ésta es güena ocasión.



260

Me refalé las espuelas,

para no peliar con grillos;

me arremangué el calzoncillo,

y me ajusté bien la faja,

y en una mata de paja

probé el filo del cuchillo.



261

Para tenerlo a la mano

el flete en el pasto até,

la cincha le acomodé,

y, en un trance como aquél,

haciendo espaldas en él

quietito los aguardé.



262

Cuando cerca los sentí,

y que ahi no más se pararon,

los pelos se me erizaron

y, aunque nada vían mis ojos,

no se han de morir de antojo,

les dije, cuando llegaron.



263

Yo quise hacerles saber

que allí se hallaba un varón;

les conocí la intención

y solamente por eso

es que les gané el tirón,

sin aguardar voz de preso.



264

Vos sos un gaucho matrero,

dijo uno, haciéndose el güeno.

Vos mataste un moreno

y otro en una pulpería,

y aquí está la polecía

que viene a ajustar tus cuentas;

te va alzar por las cuarenta

si te resistís hoy día.



265

No me vengan, contesté,

con relación de dijuntos;

ésos son otros asuntos;

vean si me pueden llevar,

que yo no me he de entregar,

aunque vengan todos juntos.



266

Pero no aguardaron más

y se apiaron en montón;

como a perro cimarrón

me rodiaron entre tantos;

ya me encomendé a los santos,

y eché mano a mi facón.



267

Y ya vide el fogonazo

de un tiro de garabina,

mas quiso la suerte indina

de aquel maula, que me errase,

y ahi no más lo levantase

lo mesmo que una sardina.



268

A otro que estaba apurao

acomodando una bola,

le hice una dentrada sola

y le hice sentir el Fierro,

y ya salió como el perro

cuando le pisan la cola.



269

Era tanta la aflición

y la angurria que venían,

que tuitos se me venían,

donde yo los esperaba;

uno al otro se estorbaba

y con las ganas no vían.



270

Dos de ellos que traiban sables

más garifos y resueltos,

en las hilachas envueltos

enfrente se me pararon,

y a un tiempo me atropellaron

lo mesmo que perros sueltos.



271

Me fui reculando en falso

y el poncho adelante eché,

y en cuanto le puso el pie

uno medio chapetón,

de pronto le di un tirón

y de espaldas lo largué



272

al verse sin compañero

el otro se sofrenó;

entonces le dentré yo,

sin dejarlo resollar,

pero ya empezó a aflojar

y a la pu-n-ta disparó.



273

Uno que en una tacuara

había atao una tijera,

se vino como si juera

palenque de atar terneros,

pero en dos tiros certeros

salió aullando campo ajuera.



274

Por suerte en aquel momento

venía coloriando el alba

y yo dije: si me salva

la virgen en este apuro,

en adelante le juro

ser más güeno que una malva.



275

Pegué un brinco y entre todos

sin miedo me entreveré;

hecho ovillo me quedé

y ya me cargó una yunta,

y por el suelo la punta

de mi facón les jugué.



276

El más engolosinao

se me apió con un hachazo;

se lo quité con el brazo;

de no, me mata los piojos;

y antes de que diera un paso

le eché tierra en los dos ojos.



277

Y mientras se sacudía

refregándose la vista,

yo me le fui como lista

y ahi no más me le afirmé,

diciéndole: Dios te asista,

y de un revés lo voltié.



278

Pero en ese punto mesmo

sentí que por las costillas

un sable me hacía cosquillas

y la sangre me heló;

dende ese momento yo

me salí de mis casillas.



279

Di para atrás unos pasos

hasta que pude hacer pie;

por delante me lo eché

de punta y tajos a un criollo;

metió la pata en un hoyo,

y yo al hoyo lo mandé.



280

Tal vez en el corazón

le tocó un santo bendito

a un gaucho, que pegó el grito

y dijo: ¡Cruz no consiente

que se cometa el delito

de matar a un valiente!



281

Y ahi no más se me aparió,

dentrándole a la partida;

yo les hice otra embestida

pues entre dos era robo;

y el Cruz era como lobo

que defiende su guarida.



282

Uno despachó al infierno

de dos que lo atropellaron;

los demás remoliniaron,

pues íbamos a la fija,

y a poco andar dispararon

lo mesmo que sabandija.



283

Ahí quedaron largo a largo

los que estiaron la jeta;

otro iba como maleta,

y Cruz de atrás les decía:

que venga otra polecía

a llevarlos en carreta.



284

Yo junté las osamentas,

me hinqué y les recé un bendito,

hice una cruz de un palito

y pedí a mi Dios clemente

me perdonara el delito

de haber muerto tanta gente.



285

Dejamos amotonaos

a los pobres que murieron;

no sé si los recogieron,

porque nos fuimos a un rancho,

o si tal vez los caranchos

ahi no más se los comieron.



286

Lo agarramos mano a mano

entre los dos al porrón:

en semejante ocasión

un trago a cualquiera encanta;

y Cruz no era remolón

ni pijotiaba garganta.



287

Calentamos los gargueros

y nos largamos muy tiesos,

siguiendo siempre los besos

al pichel, y por mas señas,

íbamos como cigüeñas

estirando los pescuezos.



288

Yo me voy, le dije, amigo,

donde la suerte me lleve,

y si es que alguno se atreve,

a ponerse en mi camino,

yo seguiré mi destino,

que el hombre hace lo que debe.



289

Soy un gaucho desgraciao,

no tengo donde ampararme,

ni un palo donde rascarme,

ni un árbol que me cubije:

pero ni aun esto me aflige

porque yo sé manejarme.



290

Antes de cair al servicio,

tenia familia y hacienda;

cuando volví, ni la prenda

me la habían dejao ya.

Dios sabe en lo que vendrá

a parar esta contienda.


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