{Prefacio vacio, siluetas y tiempos}


A Asia.

No puedes olvidarla; sus ojos negros brillaban en la oscuridad, su cabello, mojado y castaño, se disolvía con la lluvia y su cuerpo se fusionaba con la neblina, formando una silueta hermosa y triste. Estaban en un parque, ya no recuerdas cuál, ni la hora, ni mucho menos la fecha, todo se perdió ya con el tiempo, se volvió nebuloso, abstracto. Caminaron por un camino interminable. No querías que acabara nunca, hablando, riendo y jugando, las manos atadas una a la otra. Entonces los atrapó la lluvia, les hizo formar parte de ella, los volatilizó. Sus cuerpos se enlazan, sus almas de funden, todo es claro ya, no hay luz ni oscuridad, no hay nada mas que tú y ella y sus cabellos largos los abrazan sin forma de zafarse. Tu recuerdo se borra de mi memoria, el recuerdo de ese día incierto. El viaje es largo. Desnudos los dos, juegan a mentirse, a ocultarse en la neblina. Se besan. Tus manos rozan sus piernas firmes, robustas y se pasean por los muslos, la cintura, el vientre plano, los senos rígidos, excitados. Ella solo ríe. Tú, temeroso y ebrio, abres sus piernas, su Venus. Entras y respiras hondo, exhalas fuerte. Empiezan a sudar, ambos, juntos son un mismo aroma, un mismo aire hediondo y delicioso a la vez. Su vientre es una gran planicie y él viaja a través de el, los pies son labios caldeados por el momento, dilatados por los labios de ella. El blanco espacio que los envuelve ahora se contrae hasta casi aplastarlos, triturarlos en un millón de partículas. Recuerdas que voltearon la esquina, entraron y subieron unas escaleras, ambos empapados de pies a cabeza, cruzaron un largo pasillo, hasta llegar a un mostrador, la señorita ¿Qué desea? Y ella, una habitación con ducha caliente. Tú solo temblabas. Muerto de frió, solo podías pensar en tomar una ducha caliente y dormir hasta el siguiente día. La amabas. Entraron: tercer piso, cuarto F. Ella se desvestía, mientras, tú no podías dejar de verla, te hipnotizó: la falda cae lenta y suavemente por sus piernas, la blusa, desabotonada con afán presuroso se despega de su cuerpo húmedo y cae al suelo. Estás ebrio. Entonces te llama. Ya desvestido, la toalla en las manos, vas, te toma del cuello, el beso es largo como el mismo tiempo, te corta la circulación, te asfixia en una muerte deliciosa. La toma por la cintura, entran. Todo parece como si estuvieran afuera, solo que ahora el agua es tibia, relajante. Te recuerdo en mis noches de insomnio súbito, en las mañanas nubladas, con un sol apenas resplandeciente detrás de las nubles, con rayos que escapan de ellas, y caen a iluminar la tierra, en la tardes de lluvia, heladas, nubladas. Recuerdo aún tu silueta tristemente transparente en una neblina que te traga más y más, te pierdes en ella como en mi mente, te pierdes. Siempre se sintió mal después, siempre esa mala manía.

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