{Cuento: El Reencuentro - parte2}
(El
atardecer se acerca. Estoy solo en el malecón, caminando desde hace cuanto, no
me acuerdo. Solo pienso en lo efímera que es la vida, más triste. Pienso en los
atardeceres que no pasaré contigo, los que tanto te gustaban. Decías. “entre el día y la noche, entre la una y el
sol, hay un mar rojo-amarillo que me recuerda a tu mirada”. Yo te decía que
era mentira, que me olvidarías. Ninguno tenía razón. El mar rojo-amarillo eres
tú. Me recuerda a ti).
Cuando
estábamos en el colegio, de regreso a casa, caminábamos por el malecón, tomados
de la mano, contándonos poemas del momento, recitándonos acrósticos, cantándonos
canciones de Gian Marco. Era un lugar alegre, escaso de recuerdos tristes y en
cambio harto de sonrisas que el viento se llevaba a quien sabe donde. ¿Pensábamos
en el futuro? No recuerdo que lo hiciéramos. Nos sentábamos en la tercera banca
viniendo del puerto, a esperar el atardecer. Mientras tú te levantabas, los
pies descalzos, a caminar a la playa aglomerada de piedras, a recoger conchas
de nácar que usabas para hacerte aretes hermosos que te quedaban de fabula.
Eras hermosa. Allí nos amábamos. Me tomabas de la cintura, el olor tan suave de
tus cabellos mojados, y me contabas historias de cuando eras niña, mucho antes
de que te conociera, antes de que llegaras al puerto, de cuando vivías en el
valle. Yo siempre quise conocerlo, lo he intentado, hecho todo lo posible, pero
no lo logré, y ahora no creo que pueda hacerlo, ahora creo que no quiero estar aquí,
ahora creo que debería irme de aquí. Más tarde de camino a casa, mi tía Esther
nos invitaba a tomar jugo de papaya, nos decía: “Esos tortolos”, “esos
enamorados”. Creo que te quería más a ti, porque no perdía ocasión para
hablarte de cualquier cosa; para pedirte que me cuides, y que no me dejes irme
por mal camino. Y yo nunca me avergoncé, tú tampoco. En el colegio lo sabían todos,
en nuestras casas también. Hubo un poema que te compuse, lo escribiste en tu
cuaderno, porque decías que era lo más lindo que e había dicho, pero ahora no lo
recuerdo, quisiera hacerlo, volver escribírtelo,
y por más que rebusco en el baúl de mi memoria no lo encuentro. Era sobre tus
ojos escarlata, ¿eran en verdad así? Claro, son recuerdo de tu abuela que fue
Reina de la Primavera. Y tu cabello a los hombros, tu cuerpo de princesa hindú,
tu nariz altanera y tus labios rosa, tus manos de nácar y tus pies de ángel,
todos eran recuerdo de tu abuela, seguro si fue tan hermosa como tú.
Lo
malo fue tener que irme. Debí quedarme, estudiar aquí junto a ti, junto a los
chicos. Lo bueno, es que me fui con Jorge, estudiamos lo mismo y ahora estábamos
de regreso, yo para quedarme, él para irse con Marge, “para casarme brother, para llevármela de viajes, como siempre quiso”.
¿Las cartas que nos escribíamos eran suficiente? Creo que si y que no. No es lo
mismo. En verano siempre aquí, no faltábamos. Me moría por verte y tu también a
mí. Me lo decías en tus cartas, cuando estábamos juntos, y no quería separarme
de ti. Nos íbamos a la playa, a las fiestas de los amigos o a las discotecas. Me
contabas de cómo la pasabas cuando no estaba en el puerto, las clases en el
instituto, las fiestas con las chicas, las pijamadas, las salidas a la playa y
los chicos que te gileaban. Me preguntabas de la cuidad, de la Universidad, si
no había encontrado a nadie, a alguna chica que me gustara. La verdad es que
nunca hubo nadie aparte de ti. La verdad es todo lo que te escribía en esas
cartas, y siempre supe que lo que tú me escribías también era verdad. Te
extrañaba tanto.
(Cuando
caminaba contigo, no quería que el tiempo se terminase jamás. Ahora solo quiero
terminar con el tiempo para que así no haya más).
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