{Cuento: El Reencuentro - parte1}




El Reencuentro

A mis amigos.

I

Jorge tenía las manos al volante, puso quinta y pisó el acelerador. Los árboles y postes de luz se perdían detrás de nosotros, después de diez minutos ya habíamos abandonado el bullicio de la cuidad. El paisaje de camino a la playa es desértico, a veces me parecía que la única señal o forma de vida a kilómetros éramos los dos. Solo debes en cuando nos cruzábamos con algún camión o bus, todos con dirección a la cuidad. Después de cinco largas horas llegamos. Cogí el celular para llamar a Zoé. Estaban en el malecón, Zoé y Margarita. Antes de alcánzalas fuimos a la casa de Jorge, allí su tía nos recibió feliz. Era una señora de treinta o quizás cuarenta años, pero que no había perdido la jovialidad. Nos hizo pasar. Deje mi maleta en la habitación y me metí a la ducha. El calor era casi insoportable, sofocante hasta el alma. Eran como las tres de la tarde, el sol ya se veía en el horizonte, pero daba la impresión de que nunca se movería de ese lugar, estaba estático, imperturbable. Desde el baño había una ventana con vista hacia el malecón. Había gente moviéndose, pero no eran muchas. También pude ver el puerto: barcos medianos de pesca anclados en las orillas y, un poco más al fondo del mar, casi saliendo de la bahía, grandes barcos de carga, algunos llenos de contenedores y otros vacíos. Lo único que de alguna manera molestaba, aun más que el sol siempre allí detenido en el cielo o el calor, era el olor que salía de las fábricas de harina de pescado. Imaginé ver la silueta de las chicas en el malecón, pero la vista no me alcanzaba para distinguirlas. Pensé en lo feliz que se sentirían, en lo feliz que yo estaba, después de tanto tiempo de no vernos. Al fin nos reencontraríamos.

La pequeña ciudad que se forma alrededor del puerto da la impresión de que en cualquier momento caerá al mar. Es un gran barranco lleno de casas de ladrillo, edificios del gobierno, centros comerciales, hoteles, restaurantes y uno que otro parque y canchitas de fútbol. Las fábricas están cerca al mar, al otro lado de la bahía, casi al frente del puerto. Además hay un ferrocarril. Aunque ahora solo sirve para las compañías de harina de pescado, antes fue usado para el comercio y transporte de personas del puerto a la capital de la ciudad. En la cima de la ciudad, en la planicie de arena, también esta creciendo una nueva ciudad, pero por ahora el centro de toda actividad de encuentra aquí, cerca al puerto. Lo más llamativo quizás de aquí, haciendo contraste con las playas y la bahía, es el zoológico ubicado al sur de la ciudad, muy grande y, según nos contó la tía de Jorge, lleno de animalitos que ni bien fumada podría haber concebido.

- Vámonos brother – gritó Jorge detrás de la puerta – Las chicas deben estar que se vuelven locas de tanto esperar, no quiero que la Marge me gomée.

Cuando salí, Jorge parecía un pingüino viejo y tonto. Yo tenia puesta una bermuda, mi polo de mi equipo favorito y las sandalias a lo romano que Zoé me había comprado aquí. Jorge tenía un traje: pantalones, camisa y si se hubiera puesto el saco, habría parecido mas para un funeral que para un reencuentro. Se lo hice notar y a su tía se le habría salido la dentadura seguida de los pulmones si seguía riéndose por un rato más. Nos dijo que ninguno de los dos estábamos presentables, al menos para la ocasión. Eran los nerviosismos claro, eso era. Ya listos de nuevo, ambos con blue jeans, camisa y zapatillas imitación Converse, salimos al encuentro. Zoé y yo habíamos sido novios hace mucho, cuando salimos del colegio y estudiábamos en la capital y, Jorge y Margarita también, aunque lo de ellos era algo así como un amor serrano, pero se notaba que se querían, y mientras estuvimos todos lejos, nunca perdimos contacto. Mientras andamos por la calle, rumbo al malecón, Jorge y yo recordábamos los viejos tiempos; las escapadas del colegio, las fiestas en las casas de las chicas, nuestras tardes de fulbito en la canchita al frente de su casa. Nuestros primeros besos, yo con Zoé y el con Marge. ¿Era cojonudo no brother? Si, lo era. Esos tiempos nunca los he olvidado. Sabes, no olvido la primera vez que Marge te gomeo, una gran carcajada se le escapó y a mi también. Apuramos el paso. El sol que no parecía inmutarse a nuestras risas ahora se había movido. Como era aquí, en un rato él quieto allí y cuando uno le quitaba la vista ya se había bajado hasta el ras del mar. Iba a comenzar al atardecer marino y nosotros aun lejos. Jorge empezó a correr.

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